Juan José Lacasta Reoyo
Por muy clara que se presente la visión de una utopía siempre estará iluminada por las brumas de la duda.
Hoy por hoy, la única salida que le queda al ser humano es la utopía. O utopía o distopía: a elegir. Sólo queda la salida de la UTOPÍA DE EMERGENCIA.
Pepe Mugica, ex presidente de Uruguay, dice: “Pero, si el virus somos nosotros”. Y lo dice con una sonrisa socarrona. ¿Seremos, entonces, la especie humana, con sus criminales certezas, el virus del planeta y de la propia humanidad? Desde luego, estamos haciendo grandes méritos para serlo y a un ritmo endiablado. Y, medio en broma, por creernos los dueños, los reyes de la naturaleza, ¿no seremos el “corona” virus?
Aunque, además de carga vírica, también tenemos anticuerpos: junto con el amor y la empatía, ponemos la utopía y la duda (la visión y la cuestión). Es esperanzador que la benefactora utopía de futuro, aunque sea de emergencia, se materializa hoy en valores que hacen frente a la enfermedad global. Ya hay, y no pocas, protoutopías en marcha.
Y la duda es el anticuerpo que, a veces, logra desactivar creencias y certezas que empujan a colaborar, casi siempre sin saberlo, en las destrucciones y las matanzas criminales, de cuerpos o de almas, de formas de vida y de maneras de vivir.
¿Es la especie humana el virus o la especie humana está enferma de un virus? ¿Hay seres humanos que están infectados y otros no? ¿Será que los seres humanos que han contraído ese virus (no el covid) están enfermos de poder, de odio, de egoísmo, de ambición, de supremacismo, de dogmas y certezas creados, comprados o inoculados, de soberbia, de miedo…, de ignorancia o de maldad?
Todos y todas estamos infectadas, pero probablemente no con la misma intensidad. Porque todas y todos tenemos nuestra carga vírica de todo eso. La cuestión es si la carga utópica y del ejercicio (no paranoico) de la duda son significativamente mayores y, en consecuencia, su acción logra que prevalezcan como resultado sus contrarios: humildad, amor, generosidad, empatía, sabiduría, igualdad, respeto...
¿Por cierto, son, quizás, las mujeres más inmunes que los hombres? ¿No deberíamos, con buenas preguntas, desprogramar las creencias pandémicas del criminal patriarcado?
La utopía, con la ayuda de la duda, nos induce a una desprogramación radical. A bajarnos de creencias y a deshabituarnos de costumbres que, en plena fiebre, no hemos parado de practicar de manera frenética. Prisa, acción, fabricación, consumición, asimilación, alienación… La utopía nos induce a desmontar con la duda los aceleradores, los hipnotizadores, los catalizadores, los desinformadores, las programaciones culturales, los algoritmos…
Al final, creo que no nos queda otra que comprobar si realmente somos el virus o si hemos enfermado de un virus. Si hemos enfermado, quizás nos podamos curar. Sólo lo podremos saber si somos capaces de tomar la utopía como única salida, desde la humildad que ofrece dudar. Si nos ponemos manos a la obra, si nos aliamos para hacerlo, si lo hacemos juntos, si desde nuestro saber ayudamos a visionar y a cuestionar, es posible que empecemos a doblegar a la curva. Aunque, cuidado, para algunos, la duda, la falsa duda, es una de las mayores manifestaciones de soberbia y un arma muy eficaz para disolver utopías.
En todo caso, ¡ojo!, siempre queda, al final de una buena película de terror, una puerta abierta para el mal definitivo; que comprobemos que verdaderamente somos el virus y que a la siguiente pregunta respondamos sí: ¿no será nuestra capacidad de amar, de empatizar, de fabricar hermosas utopías y de cuestionarlas, la coartada del virus, el programa de Matrix que nos hace confiar lo suficiente en nuestra humanidad, como para seguir creciendo y extendiéndonos como la sarna, sin sentirnos culpables? ¡Madre mía…!
Por cierto, ¿Los virus tienen conciencia?
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